Internet of the Things (IoT) es un sistema formado por ordenadores, máquinas, tanto digitales como analógicas, objetos varios, personas o animales que tienen un identificador único digital y la habilidad de transferir datos a través de una red sin necesitar una acción directa de una persona con un ordenador.
Todo parece muy complicado, pero lo estamos viviendo ya sin darnos cuenta en nuestro día a día de forma natural y sin ningún tipo de sufrimiento.
Hay que pensar que todo lo que pueda estar conectado a internet lo estará. Desde la nevera hasta la plancha, cámaras de videovigilancia, lámparas, desde un reloj de pulsera hasta la cafetera, todo, absolutamente todo lo que pueda conectarse para darnos algún tipo de información, lo hará conectado a internet y lo podremos controlar desde cualquier lugar del planeta si disponemos de una conexión a internet.
Algo en el Internet de las cosas, puede ser una persona con un monitor cardíaco implantado, un cerdo en una granja con un chip de recogida de datos, un medidor de presión de neumáticos de un coche o cualquier dispositivo al que se pueda asignar una dirección IP y pueda transmitir datos a través de una red. Por ejemplo, tienes una cita, tu coche detecta tráfico denso, envía una notificación a la persona que espera advirtiendo de la situación e informa al grupo de trabajo del retraso, aumentando la productividad de todos.
Realmente, el Internet de las cosas nos va a ofrecer un nuevo mundo lleno de posibilidades, oportunidades de negocio y nuevas experiencias que cambiarán nuestra forma de concebir las relaciones laborales, personales y el uso de equipamiento, tanto en la oficina como en el hogar, con miles de pequeños aparatitos conectados transfiriendo información sobre nuestra productividad, nuestros hábitos, el stock de nuestra nevera, etc.
El tema que queda pendiente dentro de este nuevo mundo, y no por poco importante, es la seguridad y la privacidad. Es un nuevo abanico de oportunidades, pero lo es también de retos, y la seguridad y privacidad es el más importante de ellos y el que genera mayor recelo a la hora de acceder a las nuevas tecnologías que nos propone el Internet de las cosas, porque, ¿Quién me dice a mí que mi vecino no me pueda hackear la tostadora y fastidiarme el desayuno?
En cuanto se consiga asegurar la privacidad necesaria para poder tratar, transferir y estudiar los millones de datos que ofrecerán todos los dispositivos conectados a Internet, las empresas disfrutarán de datos de uso, consumos, hábitos y horarios en tiempo real de todos, o al menos, muchos de los usuarios de todo lo que se pueda conectar. Hoy suena muy lejano, pero ayer nadie pensaba que Google Maps pudiera decirte en tiempo real el estado del tráfico, y lo hace gracias a que tu Smartphone está conectado a internet, con la ubicación encendida, y enviando continuamente la información de tu lugar y velocidad a un servidor que estudia esos datos y te los devuelve de forma útil, sin parecer personales y sin “invadir” tus quehaceres diarios.
El Internet de las Cosas está ya entre nosotros, cada día un poco más dentro de nuestras vidas y cada día más aceptado, y me atrevo a decir que más deseado en ciertos aspectos. Como todo, tiene y tendrá su parte buena y su parte menos buena, pero formará sin duda parte de nuestras vidas, lo queramos o no, así que más nos vale ir haciéndonos a la idea, aceptarlo y adecuarlo a nuestro entorno de la forma que veamos más adecuada y aceptable, ya que acabará formando parte de él y lo necesitaremos como al microondas, que hace 60 años se empezaba a idear y hasta mediados de los 70 no nos ayudó a derretir queso en nuestras cocinas, si hacéis cuentas, sólo 40 años con nosotros, y ese choricito con queso fundido por encima en diez segundos es inigualable.
Ni imaginamos lo que llegaremos a tener entre nuestras manos dentro de diez años, y menos aún para qué lo utilizaremos.
Felices megas a todos